Su aspecto de malvado alienígena y sus impresionantes brazos armados han contribuido a alimentar leyendas y supersticiones, pero ¿cómo son las mantis en realidad? Atrévase a desafiar a la mala de la película...
Giró la cabeza lentamente hasta escudriñar 360 grados a su alrededor. Estaba en una inmejorable posición. Lentamente, con movimientos que imitaban a los de una hoja movida por el viento, se acercó a la flor. Los pétalos rojos servirían de cebo. Era cuestión de esperar.
A poca distancia de allí un pájaro, un colibrí de brillantes colores, libaba las flores de las heliconias que caían como cascadas rojas sobre el verde de la selva. Sus rapidísimos movimientos y su capacidad para permanecer estático en el aire y volar hacia delante y hacia atrás le permitían acceder a su alimento sin tener que posarse en las ramas; una manera de evitar predadores. Gracias a su agudo sentido de la vista sólo se acercaba a las flores seguras. Y aquella que tenía ahora delante lo era. O eso creía.
La mantis percibió las vibraciones del aleteo del colibrí antes de verlo. Convertida en una hoja más de la heliconia, preparó sus patas delanteras. Ahora, la hoja parecía armada de espinas. El colibrí quedó suspendido frente a la flor para libar el néctar, acercó su cabeza a los pétalos y proyectó su lengua larga y fina hasta que notó el sabor dulce de la planta.
Y entonces todo pareció explotar. Con un movimiento tan rápido que parecía imposible, el depredador proyectó sus patas delanteras atrapando al ave. La mantis era más grande que el colibrí, pero sus patas no tenían suficiente fuerza como para matarlo. Aun así, las púas quitinosas del insecto agarraron al ave en un abrazo definitivo. Con su presa todavía viva, la cazadora invisible procedió, complacida, a devorarla ansiosamente.
Las mantis son un grupo de insectos que cuenta con más de 2.200 especies distribuidas por todo el mundo en la franja tropical y las áreas templadas. Aunque en Europa viven alrededor de doce especies, por lo general sólo conocemos a la mantis religiosa.
El cuerpo de todas las mantis cuenta con un arsenal enfocado a la caza. Tienen un exoesqueleto de quitina que las protege de las agresiones externas y que, según la especie, se ha modificado hasta convertirse en un sofisticado disfraz que las oculta de enemigos y presas. Sus patas delanteras se han convertido en dos poderosas armas de ataque con las que atrapan a los animales de los que se alimentan.
Las mantis son un grupo de insectos que cuenta con más de 2.200 especies distribuidas por todo el mundo en la franja tropical y las áreas templadas. Aunque en Europa viven alrededor de doce especies, por lo general sólo conocemos a la mantis religiosa.
El resto pasa inadvertido gracias a su capacidad de camuflarse entre la vegetación. Esto, junto con su aspecto extraño, mezcla de alienígena y robot cibernético, ha convertido a esta familia de insectos en una gran desconocida para el hombre y ha despertado nuestros miedos y supersticiones.
En España, sin ir más lejos, son muchos los que piensan que las mantis religiosas son animales venenosos y nocivos cuando, en realidad, no sólo resultan inofensivas para el hombre –ninguna de las más de 2.000 especies de mantis tiene veneno–, sino que ejercen un papel beneficioso para nuestros cultivos al cazar y comer grandes cantidades de insectos dañinos. Y es que, por encima de todo, las mantis son formidables cazadoras.
El cuerpo de todas las mantis cuenta con un arsenal enfocado a la caza. Tienen un exoesqueleto de quitina que las protege de las agresiones externas y que, según la especie, se ha modificado hasta convertirse en un sofisticado disfraz que las oculta de enemigos y presas. Sus patas delanteras se han convertido en dos poderosas armas de ataque con las que atrapan a los animales de los que se alimentan.
El primer segmento de su tórax reforzado hace las veces de cuello móvil y puede girar cerca de 300 grados, de forma que puedan ver cuanto las rodea sin moverse o, lo que es lo mismo, sin delatar su posición. Cuentan con unas mandíbulas capaces de cortar el esqueleto de cualquier insecto. Pueden volar, detectan los infrasonidos de los murciélagos evitando así caer en sus fauces, se mueven a gran velocidad, emiten sonidos silbantes que asustan a sus enemigos... Son, en definitiva, uno de los mejores predadores del mundo de los insectos. Y esto tiene su precio.
Cuando llega el momento de aparearse, los machos de mantis –mucho más pequeños que las hembras– se juegan literalmente la vida al acercarse a su pretendida. En ocasiones, la hembra deja que el macho concluya sus ejercicios amorosos para después atraparlo y devorarlo; una estrategia evolutiva que puede parecer incoherente, pero que tiene su explicación. La mayor parte de los machos muere de agotamiento tras aparearse.
Cuando llega el momento de aparearse, los machos de mantis –mucho más pequeños que las hembras– se juegan literalmente la vida al acercarse a su pretendida. En ocasiones, la hembra deja que el macho concluya sus ejercicios amorosos para después atraparlo y devorarlo; una estrategia evolutiva que puede parecer incoherente, pero que tiene su explicación. La mayor parte de los machos muere de agotamiento tras aparearse.
Las hembras saben que han de afrontar un periodo de desgaste físico importante mientras producen los 20 o 30 huevos que compondrán su prole y que apilará en la llamada `ooteca´, una especie de caja fuerte para la puesta formada por una sustancia blanda, una saliva segregada por la madre, que se endurece al contacto con el aire formando una cápsula protectora para los huevos. Para la poderosa hembra, la mejor forma de afrontar este periodo es conseguir proteínas extras y un macho que va a morir extenuado suele resultar una tentación irresistible.
Gran parte del éxito de todas las mantis como predadores se debe a su capacidad para mimetizarse con el medio que las rodea. Esta adaptación ha llegado hasta límites asombrosos. Los colores y las formas del cuerpo para parecerse a las plantas donde se esconden se complementan con la adopción de movimientos miméticos que imitan al de las hojas y ramas mecidas por el viento. Pero aún han llegado más lejos.
Gran parte del éxito de todas las mantis como predadores se debe a su capacidad para mimetizarse con el medio que las rodea. Esta adaptación ha llegado hasta límites asombrosos. Los colores y las formas del cuerpo para parecerse a las plantas donde se esconden se complementan con la adopción de movimientos miméticos que imitan al de las hojas y ramas mecidas por el viento. Pero aún han llegado más lejos.
En los territorios de sabana, donde son frecuentes los incendios estacionales, algunas especies de mantis africanas y australianas presentan el llamado `melanismo de los incendios´. Cuando el suelo queda ennegrecido por el fuego estas especies verdes saben que ya no podrán camuflarse, así que, al cambiar el exoesqueleto, su nueva cubierta protectora pasa a ser de color negro; una forma de mimetismo activo que ha dejado perplejos a los científicos.
Las mantis surgieron en el Periodo Cretácico, hace unos 145 millones de años, desde una especie de cucaracha prehistórica que presentaba las patas delanteras similares a las de las mantis actuales. Gracias a que la mayoría de las mantis que habitan en el mundo vive en el interior de remotas selvas o herbazales poco poblados, han permanecido a salvo de nuestra especie... o casi.
Las mantis surgieron en el Periodo Cretácico, hace unos 145 millones de años, desde una especie de cucaracha prehistórica que presentaba las patas delanteras similares a las de las mantis actuales. Gracias a que la mayoría de las mantis que habitan en el mundo vive en el interior de remotas selvas o herbazales poco poblados, han permanecido a salvo de nuestra especie... o casi.
1 comentario:
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Franck
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