CLASE: Mamíferos
ORDEN: Artiodáctilos
FAMILIA: Bóvidos
Nombre común de varias especies salvajes de Mamíferos Artiodáctilos del suborden Rumiantes, incluidos en la familia Bóvidos y subfamilia Caprinos, que presentan diferencias considerables entre sí en el tamaño, el color y el aspecto de los cuernos.
No obstante pueden presentar, según la estación, una coloración grisácea o pardusco rojiza generalmente, excepto la punta de la cola, las patas y la barba, que son negras. Los cuernos son largos y rugosos, y se caracterizan por estar echados y con la punta retorcida.
En estas especies los machos tienen barba en el mentón y un fuerte mal olor (más pronunciado en la época de celo); ambos sexos tienen callosidades en las rodillas y viven en las regiones más escabrosas, donde saltan y trepan con gran agilidad.
Diversas revisiones las han clasificado como seis especies con 18 subespecies, mientras que otros autores consideran una especie con seis subespecies, pudiendo algunas de estas subespecies contener a su vez poblaciones locales muy características, concepción que puede que se imponga pues son susceptibles de hibridarse entre ellas y de dar productos fértiles.
Características generales
El tamaño depende de las localidades, aunque generalmente el de la hembra es un 60 % menor que el de los machos. El pelaje suele ser marrón oscuro, los machos están más llenos de colorido en la época de celo y con la edad.
No tienen glándulas preorbitales, ni en las ingles ni en los pies, pero sí en el ano.
Los cuernos son macizos gruesos y llenos de protuberancias; la mayoría de las especies los tienen en forma de cimitarra, pero las que viven en España y las del Cáucaso los tienen muy divergentes y dirigidos hacia arriba, afuera, atrás y abajo, y finalmente replegados. Las orejas las tienen enhiestas.
Viven en terreno empinado, son animales tímidos y precavidos que llevan en general una vida solitaria y son territoriales, pero pueden formar rebaños de 3 a 40 individuos y defienden sus pequeños retazos de recursos alimenticios frente a otros miembros de su propia especie.
El íbice siberiano pasa en invierno a las vertientes más empinadas, las que tienen menos nieve, frecuentemente orientadas hacia el sur; por la noche descienden huyendo de las heladas, para volver a subir y comer al día siguiente. Se alimentan, principalmente, de hierba en verano y de las hojas de los árboles en invierno.
La época de celo es en otoño, dura de 7 a 10 días y con anterioridad a esos días el macho está luchando con otros machos; uno se pone en posición de ataque y el otro en posición de espera, y después los dos se alzan sobre las patas posteriores para tomar impulso y embestirse, entrechocando y trabando la base de los cuernos; esta forma de lucha garantiza la victoria del más fuerte y no les suele causar daños.
Con los cuernos entrelazados miden sus fuerzas y tratan de retorcerse el pescuezo. El duelo termina con la actitud de abandono de uno de los contendientes.
Durante le cortejo, el macho dominante va hacia la hembra, la sigue y la defiende de otros machos rivales; el cortejo comienza acercándose a ella con el cuello paralelo al suelo y el hocico proyectado hacia adelante, tocándola con una de las patas delanteras mientras gira ligeramente la cabeza.
La hembra entonces orina y el macho olfatea para averiguar si está en celo. Otra forma de cortejo consiste en el seguimiento de varios machos a una hembra en celo, con la que se van apareando uno tras otro, sin ningún comportamiento de lucha sexual.
La gestación dura 150 días en las especies más pequeñas y hasta 170 en las especies que tienen un cuerpo de mayor tamaño, y la aparición de gemelos suelen ser corrientes. Las crías no se destetan hasta el otoño, pero empiezan a pacer al cabo de un mes. Las crías se ocultan durante el día entre las rocas.
Los más jóvenes son devorados por águilas, chacales y zorros, y los adultos por leopardos, panteras o leopardos de las nieves, osos, linces y lobos. Normalmente, tratan de ponerse a salvo huyendo, pero si se ven acorraladas luchan con los cuernos.
(Fuente: Enciclopedia de Bibliotecas de Cataluña)
Leemos sobre la CABRA MONTES
Lo que verdaderamente ocasiona muchas víctimas entre las cabras monteses son las duras condiciones climáticas del invierno. Los aludes, las nevadas demasiado prolongadas y los desprendimientos de rocas, arrebatan muchas víctimas entre los adultos, especialmente de machos y hembras viejos.
Para los pequeños, una helada tardía, o alguna copiosa nevada en los primeros días de su existencia, puede resultar fatar. Pero éstos son como gajes del oficio, pues por otro lado la cabra montés está bien pertrechada para las alturas.
Para el desplazamiento sobre peñascos no hay como los perfectos aparatos que llevan las cabras monteses en sus extremidades. Las terminaciones de sus patas están constituidas de tal forma que estas criaturas pueden andar por los más inclinados cantiles sin peligro de resbalones.
Las dos uñas del pie están independientes y no unidas; además, la parte trasera de la planta y los dos muñones superiores, antiguos dedos, tienen propiedades antideslizantes: mientras la planta actúa de freno por medio de una especie de almohadilla de tejido blando y áspero, los muñones hacen las veces de perfecta ancla cuyo agarre es de una seguridad absoluta.
Por si esto fuera poco, la parte delantera de las pezuñas es puntiaguda, excelente medio para escalar.
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