Lo que cabe en un cubo
Estudios en miniatura de la biodiversidad
Por Edward O. Wilson
¿Cuánta vida es posible encontrar en un cubo de unos 30 centímetros de lado, en un trozo tan pequeño de ecosistema que podríamos apoyar sobre nuestras rodillas? Para responder la pregunta, el fotógrafo David Liittschwager colocó un marco metálico de color verde, una estructura cúbica de exactamente 30,48 centímetros de lado (es decir, un pie cúbico, unidad de volumen usada en los países anglosajones), en los ambientes más dispares: terrestres y acuáticos, tropicales y templados.
En cada lugar instaló el cubo y empezó a observar, contar y fotografiar, con la ayuda de su asistente y de muchos biólogos. Su propósito: documentar y retratar a los seres que vivían en ese espacio o se movían a través de él. Después, el equipo clasificó y registró cada una de las criaturas de más de un milímetro halladas en cada uno de los cubos de los diferentes hábitats. Hicieron falta unas tres semanas de trabajo en cada emplazamiento. En total, fotografiaron más de un millar de organismos.
Cuando hincamos una pala en la tierra o arrancamos un trozo de coral, seccionamos todo un mundo, y cruzamos una frontera oculta que muy pocos conocen. Directamente al alcance de las manos, a nuestro alrededor y bajo nuestros pies, se encuentra la parte menos explorada de la superficie del planeta y también el lugar más vital de la Tierra para la existencia humana.
Hay esas molestas hormigas que aparecen por legiones cuando destrozamos accidentalmente un hormiguero, y las irritantes larvas de escarabajo que aparecen entre las raíces de la hierba que ya amarillea. Si levantamos una piedra, aún hay más: todo tipo de arañitas y un sinfín de bichos pálidos de formas diversas que se esconden entre las hifas de los hongos.
Diminutos escarabajos corren para escapar de la luz, mientras las cochinillas de la humedad forman con el cuerpo una bola defensiva, y los ciempiés y milpiés se deslizan por la grieta más cercana. Podría dar la impresión de que toda esa patulea de bichos, y los reinos en miniatura que habitan, no tienen la menor importancia para los seres humanos.
Pero los científicos han llegado a la conclusión opuesta. Junto con las bacterias y otros microorganismos invisibles que hay alrededor de las partículas minerales del suelo, los habitantes de ese suelo que pisamos son el corazón de la vida en la Tierra. El terreno donde viven no es únicamente una matriz de tierra y guijarros.
Todo el suelo está vivo. Prácticamente todas las sustancias que circulan en torno a las partículas inertes son producto de la actividad de los seres vivos. Si desaparecieran todos los organismos de cualquiera de los espacios cúbicos ilustrados en estas fotografías, el hábitat de su interior cambiaría radicalmente.
Las moléculas del suelo o del lecho fluvial se volverían más pequeñas y simples. Variaría la concentración de oxígeno, dióxido de carbono y otros gases en el aire. El conjunto tendería hacia un nuevo equilibrio físico, en el que el cubo de 30 centímetros de lado parecería de algún mundo distante y estéril.
La Tierra es el único planeta conocido que tiene biosfera. Esta delgada capa de vida es nuestro único hogar. Ella sola es capaz de mantener el ambiente exacto que necesitamos para vivir. La mayoría de los organismos de la biosfera (y el vasto número de especies que la habitan) se encuentra en la superficie de la tierra o justo debajo de ella. Por sus cuerpos pasan los ciclos de reacciones químicas que hacen posible la vida. Con una precisión que nuestra tecnología no puede igualar, algunas de esas especies descomponen la materia muerta, vegetal o animal. Depredadores y parásitos especializados se alimentan de esos carroñeros, y sirven a su vez de alimento a otros especialistas de nivel superior.
El conjunto, en su constante rotación de nacimiento y muerte, devuelve a las plantas los nutrientes que necesitan para la fotosíntesis. Sin el eficaz funcionamiento de todos esos engranajes, la biosfera dejaría de existir. Así pues, necesitamos toda esa biomasa y biodiversidad. Sin embargo, pese a su crucial importancia, la vida del suelo continúa siendo relativamente poco conocida, incluso para los científicos.
Por ejemplo, se han descubierto y estudiado unas 60.000 especies de hongos, entre los que figuran setas, royas y mohos, pero los especialistas calculan que hay más de un millón y medio de especies en la Tierra. Junto a ellos, en el suelo prosperan algunos de los animales más numerosos en el mundo, los nematodos, que incluyen, entre otras formas, los gusanos blancos apenas visibles que pueden encontrarse en todas partes justo bajo la tierra.
Se conocen decenas de miles de especies de nematodos, pero el número real podría ascender a varios millones. Y hongos y nematodos son superados en número por otros organismos todavía más pequeños. En una pizca de tierra del jardín, de más o menos un gramo de peso, hay millones de bacterias, representantes de varios miles de especies, la mayoría desconocidas para la ciencia.
Con más de 12.000 especies descritas en el mundo, las hormigas son uno de los insectos mejor estudiados. Aun así, es probable que el número real de especies duplique o triplique esa cantidad.
La vida en el suelo no es una mezcla aleatoria de hongos, bacterias, gusanos, hormigas y todo lo demás. Las especies de cada grupo aparecen rigurosamente estratificadas según la profundidad.
Bajando desde la superficie a capas inferiores, las condiciones del microambiente cambian gradualmente pero de forma sustancial.
Centímetro a centímetro hay variaciones en la luz y la temperatura, en el tamaño de las cavidades, en la química del aire, la tierra y el agua, en el tipo de alimento disponible y en las especies presentes. La combinación de esas propiedades, hasta llegar a un nivel microscópico, determina el ecosistema superficial. Cada especie está especializada en vivir y reproducirse en su nicho particular. *
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